Todo el mundo sabe que nuestro país es el más poblado de Europa en materia de número de bares por Km2. Esta idiosincrasia hostelera conforma una mentalidad general y condiciona unas formas de vida particulares amén de unas relaciones interpersonales muy peculiares. En España hablar del tiempo libre asociado al número de horas pasadas en el interior de los bares, tabernas, tascas y restaurantes es hablar de toda una institución social. Allí nunca van a faltar clientes haya o no crisis económica o paro. Siempre vamos a encontrar gente dispuesta a gastar su último euro en los bares antes que en otras cosas. Las personas que los frecuentan tienen un ideal de vida que consiste en que les gustaría trabajar solo lo justo para poder pagar sus copas, tapas y demás consumiciones y no dedicar ni una sola hora extra de trabajo una vez conseguido tan magno objetivo. Naturalmente esto no significa que siempre consigan su propósito pero por lo menos lo intentan.
Los clientes más asiduos, la llamada “carne de bar”, está formada por una amplia base procedente de diversas clases sociales, estratos económicos y niveles culturales diferentes. Pero todos ellos tienen en común el ser parte de un colectivo humano muy peculiar al que citaremos con el término científico de “Español Medio Arquetípico”. Y es precisamente en los bares donde se reúnen todas estas míticas criaturas. Tanto los horarios como el ambiente que se respira en los bares contribuyen a crear una ideología típicamente española y a que sus clientes den rienda suelta a su imaginación y emociones personales. Allí pueden desahogarse libremente sin las trabas sociales ni los remilgos que imponen las instituciones públicas y los centros asociativos más “serios”. Allí se solidifica el espíritu nacional más genuino y se conforman las afinidades electivas. Bien vale decir, no obstante, que algunos de los asistentes son tan garrulos que incluso serían capaces de asistir a la boda de su propia hija en chándal.

El gran tema de obligada conversación es, naturalmente, el fútbol; que encabeza una peculiar lista de temas de conversación tan corta que ni siquiera sobró espacio para poder apuntar el tema número dos. Se forman verdaderos “Foros de Debate” y auténticas “Sesiones Parlamentarias” en torno al desarrollo y resultados de la liga de fútbol. Lo único que puede llegar a distraer y aplacar la inacabable cháchara de todos estos parlanchines es ver pasar a una flamante y bella moza por delante de la puerta de entrada o terraza del bar. Solo entonces dejan en suspenso su conversación y se afanan en decir todo tipo de cosas; muchas veces piropos groseros e impertinentes.
Siempre cabe preguntarse qué puede importarles cómo tiene el culo tal chica o la forma de las tetas de la otra que pasa cuando en realidad ninguno de ellos tiene el suficiente grado de amistad y confianza como para decirles estas cosas. Aún tendrá que llover mucho en este país para corregir estos hechos.
Haciendo todas estas observaciones no pretendemos haber descubierto la pólvora ya que nos consta que la descubrieron los chinos en la Antigüedad y la empleaban de forma lúdica para sus espectáculos pirotécnicos. Posteriormente, la pólvora llegó a Europa donde los ejércitos feudales la aplicaron militarmente al uso de las primeras armas de fuego que se desarrollaron de forma incipiente durante el transcurso final del período histórico de Europa conocido como la Baja Edad Media. Dejaremos de lado las divagaciones históricas porque nos estamos desviando del tema.

Finalizemos esta pintoresca descripción refiriéndonos a una clase de “carne de bar” un tanto peculiar. Entre la numerosa y variopinta fauna que se deja caer por estos lares nada iguala a los llamados “ludópatas”; es decir: aquellas personas que están enganchadas a las máquinas tragaperras y al juego en general. Tales criaturas tienen incluso características físicas propias diferenciadas: poseen una cabeza muy pequeña y unos bolsillos muy grandes. En cuanto a su comportamiento “social” consiste en que todos ellos meten numerosas monedas por la bandeja de la parte inferior de la máquina con la que juegan. Este suceso casi nunca ocurre. Y las veces en que llega a pasar resulta letal para los intereses de estas pobres criaturas porque el éxito se les sube a la poca cabeza que tienen y vuelven a meter otra vez todas las monedas en la ranura de la máquina hasta que consiguen perderlo todo de nuevo. No son más que unos pobres diablos cuya única misión en la vida consiste en complementar los ingresos económicos personales del propio dueño del bar.
Acabaremos en este punto el artículo de opinión sobre tan singular tema de conversación y meditación porque, la verdad sea dicha, es que da para mucho más. Incluso sería muchísimo mejor escribir un extenso tratado en lugar de un simple artículo de opinión.
