Con motivo del 150º Aniversario de la muerte del poeta simbolista francés del siglo XIX Charles Baudelaire (1821-67) que se produjo en el año 2017 ofrecemos el resumen y análisis de su mejor y mas celebrada obra poética: el libro de poemas tiulado “Las flores del mal”. Publicado diez años antes de su fallecimiento en 1857. Su autor es el máximo representante de la corriente literaria del simbolismo en Francia. Movimiento literario desarrollado en la segunda mitada del siglo XIX.El 9 de abril de 1821 nació el que sería uno de lospoetas malditos en la Francia del siglo XIX más importantes en la historia de la literatura: Charles Baudelaire. Fue uno de los poetas que causó mayor impacto en el simbolismo francés con su obra más conocida: “Las flores del mal”, un poemario maravilloso que reúne su producción poética desde 1840 y causó gran revuelo tras su publicación. La obra fue calificada como “Un hospital abierto a todas las demencias del espíritu, a todas las podredumbres del corazón” y el autor se vio obligado a comparecer en juzgado por delito de ofensa contra la moral pública.
Las flores del mal (título original en francés: Les Fleurs du mal) es una colección de poemas de Charles Baudelaire. Fue uno de los más notables poetas franceses del siglo XIX. Su vida estuvo marcada por diversas amarguras y por el anhelo de un afuera imposible de encontrar, convergiendo en un desesperado deseo de muerte sólo conjurable por la poesía. Entre sus obras se destacan Las flores del mal (1857) y Los paraísos artificiales (1860). Las flores del mal está considerada la obra máxima de su autor, abarca casi la totalidad de su producción poética desde 1840 hasta la fecha de su primera publicación. La primera edición constó de 1.300 ejemplares y se llevó a cabo el 25 de junio de 1857.
La segunda edición de 1861 elimina los poemas censurados, pero añade 30 nuevos. La edición definitiva será póstuma, en 1868 y, si bien no incluye los poemas prohibidos, añade algunos más. Esta versión consta de 151 poemas. La censura que recayó sobre algunos de sus poemas no sería levantada en Francia hasta 1949. Las Flores del mal es considerada una de las obras más importantes de la poesía moderna, que imprime una estética nueva, donde la belleza y lo sublime surgen, a través del lenguaje poético, de la realidad más trivial, aspecto que ejerció una influencia considerable en poetas como Paul Verlaine, Stéphane Mallarmé o Arthur Rimbaud. La actitud decadente y dandy de Baudelaire le sirve para establecer distancias, para intentar distinguirse, alcanzar en el aspecto más superficial aquella perfección que le caracteriza. En” Las flores del mal” crea un espacio que inclina al hombre hacia lo más bajo, un espacio sin horizonte, que aboca al abismo, al pecado, a la hipocresía, sin posibilidad de salir. Por lo que se refiere al título escogido para esta obra diremos que el libro debió llamarse en un principio Los limbos o Las lesbianas, pues la intención primitiva era la de escribir un libro sobre los pecados capitales; aunque Baudelaire renunció a ello siguiendo los consejos de un amigo. Dicho libro fue catalogado de inmoral ya que exaltaba el goce de la vida y de las pasiones.
Hablemos en este apartado sobre la estructura de este libro de poemas. Lo primero que diremos al respecto es que a lo largo de toda la obra, Baudelaire juega sobre las correspondencias verticales y horizontales que más adelante inspirarán a otros muchos poetas; toda su obra se construye como un itinerario moral, espiritual y físico. Baudelaire divide el libro en siete partes, introducidas por el famoso poema Al lector: Esplín e ideal, Cuadros parisinos, El vino, Flores del mal y Rebelión, con una conclusión final: La muerte. Esta obsesión de que no consideraran su libro como una mera recopilación de poemas, sino como un «libro» con principio y fin, en el que todos los poemas se subordinan al ser elementos de una estructura general rigurosa; influirá desde poetas como Stéphane Mallarmé hasta Jorge Guillén en su obra Aire nuestro, y dará lugar a una serie de investigaciones sobre la posible asociación numerológica o astrológica e incluso un paralelismo con la Divina comedia de Dante Alighieri (1265-1321).
Esplín e Ideal (Spleen et idéal)
La primera parte del libro abarca los 85 primeros poemas, desde Bendición (Bénédiction) hasta El Reloj (L’horloge). El título del poema “El Reloj”, pertenece a la obra España de Gautier, y está ampliamente imitado por Baudelaire. Presenta diversas formas de salvación, liberación y huida del mundo: la belleza, el arte, la poesía, la muerte y más adelante el amor y el erotismo, donde se recogen poemas dedicados a sucesivas amantes a lo largo del tiempo. Tras haber comprobado el fracaso de estas formas de ideal, nos encontramos con el Spleen (vocablo adoptado por la anglomanía de la época), o el hastío, el tedio ante el tiempo y su repetición.
Cuadros parisinos (Tableaux parisiens)
Abarca desde el poema “86 Paisaje” (Paysage) hasta el “103 Crepúsculo Matutino” (Le crépuscule du matin). En la edición de 1857, esta parte del libro no constituía un capítulo separado, sino que era un segundo intento de huida perteneciente a “Spleen e Ideal”, pero a través de la ciudad de París, donde se plantea y reivindica la detestable ciudad de París -el Spleen de París– abriéndose camino a un hipotético Ideal de París. El poeta lo fabricó con diez textos de la primera parte y con diversos poemas editados en los periódicos entre los años 1857 y el 1861.
El 20 de agosto de 1857, el autor es acusado de ultraje a la moral pública, por lo que se ve obligado a quitar seis de sus poemas. Hemos de tener en cuenta que Baudelaire, a raíz de esta condena, se decidió a cultivar otro género literario que él califica «más peligroso todavía que el poema en verso»: el poema en prosa, del que nacerán Los pequeños poemas en prosa o Spleen de París. La condena por la publicación de Las flores del mal es un caso controvertido. Muchos de los poemas aparecidos en este libro ya los había publicado Baudelaire en diversos periódicos sin penalización alguna. Pero la contradicción reside en la política ambigua contra ciertos escritores durante el gobierno de Napoleón III. En un principio la multa fue de 300 francos, reducida luego por la emperatriz a 50 francos, cuando por la publicación de los mil cien ejemplares de Las Flores del Mal cobró una octava parte del precio de catálogo, o 25 céntimos (el doble que por la traducción de cinco volúmenes de Edgar Allan Poe, que hizo entre 1856 y 1865). Lo que le proporcionó un cobro de 275 francos menos la multa inicial reducida a 50. La multa contrasta con el hecho de que Baudelaire recibía del estado francés 2500 francos -sueldo medio anual de un funcionario- de ayuda a la creación literaria, o el subsidio por enfermedad. Contrajo la sífilis, de la que moriría en el año 1867 y que le mantendría durante su último año de vida bajo los síntomas de afasia y hemiplejía para sufragar los gastos de la clínica en París. Este doble papel de la autoridad quería mantener la imagen de mártir de sus literatos, sin afectarlos directamente, circunstancia ésta que no destacan sus hagiógrafos. El decimonoveno poema de este libro, “La Giganta”, inspiró al cineasta Philippe Ramos en su película titulada “Capitán Ahab” y ayudaría a caracterizar a la ballena Moby Dick.
En junio de 1857, cuando Baudelaire publica Las flores del mal, su cuerpo ya se encontraba seriamente afectado por una sífilis sibilina. La llamada “enfermedad innombrable” le producía trastornos nerviosos, cólicos, úlceras, ataques reumáticos y dolores musculares que el poeta trataba de calmar con ajenjo, láudano, opio y también hachís. Por entonces ya había emprendido la tarea de traducir los cuentos de Edgar Allan Poe (1809-49) y vivía en un estado de perpetua errancia, escondiéndose del acoso de sus múltiples acreedores y mudándose a un lado y otro del río Sena. Tenía por entonces 37 años y le quedaba justo una década de infortunada existencia. Su amada ciudad de París lo agobiaba, la ciudad le parecía irreconocible. Los aromas de los bajos fondos le seducían. Tan sólo abandonaba las pensiones de mala muerte para recorrer los lupanares donde halló su condena y encontrarse con sus amigos Théophile Gautier y Gérard de Nerval en el infame club de fumadores de hachís donde “el aire es peligroso y fatal, donde los ramilletes moribundos en sus féretros de vidrio exhalan su suspiro final”. Había pasado casi una década corrigiendo sus pruebas de imprenta, reescribiendo una y otra vez sus poemas, peleándose con las comas mal colocadas, buscando la palabra perfecta y el efecto mental con insistencia casi patológica, en la que se reconocerá todo escritor obsesionado con la perfección. Sabía que sería la gran obra de su vida. En Las flores del mal incluyó toda la poesía que había escrito desde 1840 hasta entonces. Baudelaire quería titularlo Los limbos o Las lesbianas, pero finalmente el autor renunció a la idea siguiendo los consejos de un amigo.
La obra fue un sonado fracaso editorial. Pero si el público dio la espalda y le fue indiferente, las autoridades del segundo Imperio francés, bastantes menos recatadas que la Inglaterra victoriana, por el contrario, se fijaron de inmediato en el poder subversivo de su poesía, la cual fue de inmediato condenada por “ultraje a las buenas maneras”. Como su contemporáneo Gustave Flaubert, quien tuvo que vivir el asedio de los censores, el destino de la obra de Baudelaire se definió en los estrados. Pero Baudelaire carecía de los contactos y la buenaventura del autor de Madame Bovary. Los censores se cebaron con los poemas de Baudelaire. El autor fue condenado a pagar 300 francos, una suma considerable para un hombre que vivía con lo justo. Seis de sus poemas fueron suprimidos y no vieron la luz hasta 1949, cuando la obra fue finalmente publicada en Francia en su totalidad. Así de subversiva es su poesía. Pero unos pocos adelantados supieron comprender la trascendencia de la lírica baudeleriana. El gran Víctor Hugo, quien ya había encontrado su lugar en el parnaso francés se solidarizó con él y en agosto de 1857 le comentó: “tus flores brillan como estrellas”. Más tarde, en 1859, le diría: “Nos provocas una nueva clase de estremecimiento”. Una segunda edición, sin los seis poemas condenados, vio la luz cuatro años después. Baudelaire incluyó en esta 35 nuevos poemas e introdujo una nueva sección que título ‘Pinturas Parisinas‘. Una tercera edición póstuma, con prefacio de Théophile Gautier fue publicada en 1868, pocos meses después de la muerte de Baudelaire.
Ese es. Ahí está parte del corazón del ilustre poeta en su obra Las flores del mal. Poemas preñados de fervor y furia bajo la luminosa oscuridad del amor y del deseo. Baudelaire (1821-1867) se convierte en un asaltador de la belleza donde los demás no la ven, o la penalizan, o la mezquinan, o la destierran. Un libro con 126 poemas publicado en 1857 y en 1861 que cerró el romanticismo y abrió el modernismo que acaba de ver una nueva y arriesgada traducción bilingüe en la editorial Vaso Roto, a cargo de Manuel J. Santayana. Ha apostado por una traducción que busca no solo el ritmo sino la endiablada métrica original. Antes que Santayana, lo hicieron a su manera Antonio Martínez Sarrión, Luis Martínez de Merlo, Pedro Provencio y Enrique López Castellón. Ellos saben lo que es, de verdad, entrar en ese jardín literario dionisiaco y apolíneo a la vez, para sacarlo del francés al insuflarle nueva vida en español. Sentidos baudelaireanos que confrontan al ser humano con su naturaleza para descubrirle las cosas que piensa y desea sin saberlo. Aún. O que centellea lo que en cada uno aguarda agazapado y anhelante para hacerse visible.
Con este compendio, compuesto por 126 poemas de distinta talla, Baudelaire dio origen a uno de los grandes mitos de la modernidad: el poeta maldito, el artista cimarrón, hastiado y marginado de la sociedad y de las academias, exiliado de la moral dominante, como el viejo saltimbanqui exaltado en uno de sus poemas en prosa. Aquel que contempla a sus semejantes desde el fango social, en la búsqueda de la autodestrucción, la inmolación sacrificial del artista como víctima. En los círculos intelectuales parisinos ya era conocido por su actitud extravagante, irritable y taciturna. En 1862, el poeta escribe: “en lo moral, como en lo físico, siempre he tenido la sensación de un abismo, no solo el abismo del sueño, sino el abismo de la acción, de la ensoñación, del recuerdo, del deseo, del arrepentimiento, del remordimiento, de la belleza… He cultivado mi histeria con placer y con terror”. Esa comodidad en la vecindad de los abismos es expresada por Baudelaire en el segundo poema El albatros, escrito a bordo del velero L’Alcide en 1842, a los 21 años de edad, volviendo a Francia desde la isla Mauricio. En él se compara a sí mismo con un ave que vuela alto, acosado por los marineros y fuera de su ambiente natural “desterrado en el mundo, concluyó la aventura: ¡sus alas de gigante no le sirven de nada!”. El público de su tiempo, que no pudo diferenciar entre la obra y el artista, no supo apreciarla en su dimesión pionera en la poesía moderna. Baudelaire se adelantó a Rimbaud y su llamado a ser “absolutamente moderno”; pero su modernidad nunca incluyó la amnesia del pasado, y menos aún la superstición acrítica del futuro, como proponían algunas vanguardias del siglo pasado, como el futurismo, el constructivismo o el suprematismo. Y como el joven poeta amante de Verlaine, Baudelaire ya había pasado no una temporada, sino la vida entera en el infierno.
Su vida está, no podría ser de otro modo, estrechamente ligada a su obra, e influyó en esa visión abismal y sombría que empapa toda su produccion poética. Como su poesía, su vida fue vertiginosa, vil y miserable. “De niño tuve en mi corazón dos sentimientos contradictorios, el horror de la vida y el éxtasis de la vida. Es el sello de un holgazán enfermo de nervios”, escribió en sus Fragmentos póstumos. A los seis años vivió la pérdida del paraíso, cuando muere su padre, quien le daba el cariño fraternal de un abuelo. A partir de entonces, estableció una profunda e intensa relación con su madre que duró hasta que esta decidió casarse de nuevo. Su padrastro, el general Jacques Aupick nunca consideró al joven Charles como otra cosa más que un joven ocioso, cuya conducta escandalizaba y deshonraba su apellido. El futuro poeta recorrió distintos colegios, de los cuales en muchos casos fue expulsado por indisciplina. Como alumno del liceo Louis-le-Grand, ganó el segundo premio de versos latinos en un concurso en el que participaban niños de todos los colegios de Francia, y supo que no había marcha atrás en el espinoso camino de la poesía. A la edad de 19 años se matriculó en la Facultad de Derecho, y comenzó a conocer el ambiente literario en el Barrio Latino, donde hizo amistad con los poetas Gérard de Nerval, Charles Agustin Sainte-Beuve y Theodore de Banville. Se sabe de su participación dentro de la revolución de 1848 donde se lo vio armado detrás de las barricadas, más por el odio hacia su burgués padrastro que por un impulso realmente revolucionario.
Baudelaire había recibido una herencia considerable de su padre, la cual, por orden de su padrastro, nunca pudo disfrutar al alcanzar la mayoría de edad, sino a cuentagotas, siempre bajo el auspicio de un notario. A partir de aquí empieza el descalabro, la mala vida, el lujo inmoderado, los burdeles oscuros, la bohemia de altura, el consumo de opio y hachís, el dandismo más exaltado y los delirios poéticos. Fue en uno de esos burdeles en medio de una nube púrpura de opio donde conoció a una prostituta y musa a la vez de nombre Sarah Louchette, quien se presume le contagio la enfermedad que lo acecharía hasta el último de sus días. Ante sus coqueteos con los abismos, su familia lo embarca en un viaje a Calcuta; sin embargo al llegar a la isla Mauricio, Baudelaire interrumpe su viaje y regresa a París, donde conoce a una joven mulata de nombre Jeanne Duval, oscura actriz de teatro, quien será su amante durante muchos años e inspiración de no pocos poemas de Las Flores del Mal. Ese fallido viaje a Calcuta fue su único contacto con aquel oriente anhelado, rezago de su formación romántica y que se encuentra presente en toda su obra literaria. A partir de 1845, Baudelaire comienza una carrera como crítico de arte, visita los salones y galerías, impulsando carreras de pintores como Delacroix, Manet y Constantin Guys.En la historia de la literatura Charles Baudelaire se muestra como una figura liminal, de transición, un punto de inflexión en la forma en que se concebía la poesía y la lírica. El poeta cierra el romanticismo y da carta de nacimiento al modernismo.
En su obra se da sólo a modo de síntesis el romanticismo y se esbozan las primeras expresiones de vanguardia, que como tal, plantean nuevas formas de entender y representar una sociedad cambiante. Su poesía se caracteriza por la búsqueda de un fundamento inmanente y no trascendente del quehacer poético. Sus fuentes son urbanas, profanas, cercanas a la vida y al margen de Dios, de la historia y de la naturaleza. Baudelaire es el primer poeta plenamente moderno y plenamente consciente de ello. Así lo pensaba T.S. Elliott, para quien Baudelaire era “el primer ejemplo de poesía moderna en todas las lenguas”. De él nacen Rimbaud y Verlaine, pero también Mallarmé, Apollinaire y el mismo Eliot. Sin Baudelaire la poesía actual no sería la que conocemos. Su estremecedora y radical dicción y las temáticas abordadas ubican a Baudelaire en el improbable parnaso de la poesía contemporánea. Si su conocido Édouard Manet inaugura la pintura vanguardista con su Dejeuner sur l’herbe, Baudelaire inaugura la poesía moderna con sus flores malditas. Baudelaire exalta tanto la ebriedad de los fármacos perfumados de un ‘oriente’ que comenzaba a ser colonizado por Francia, como los excesos de la vida moderna, los pasajes y vitrinas de la nueva París con sus bellezas efímeras, el ruido urbano y el fulgor de las lámparas de gas que le daban una nueva luz a la ciudad. Pero si su temática es moderna, la rima y el ritmo son en gran medida del gran clasicismo francés. En ello, por la ampulosa grandiosidad de su prosa y por la radicalidad y fluidez de su lenguaje, Baudelaire se parece tanto a Racine como a André Breton. En Las flores del mal resuena el eco misterioso de la lengua francesa. En múltiples sentidos en su poesía convergen todos los ríos de la literatura francesa, como si la lengua hubiera sido creada para él. La estructura y el ritmo frenético, endiablado y enrevesado de su prosa hacen difícil, si no imposible, captar lo formidable de su genio y su traducción a otra lengua.
En su noción particular de la lengua de Rabelais y Molière, el autor combina con proverbial maestría la crítica social y el arrebato visionario. Sus palabras se deslizan como serpientes sobre una superficie estriada. Cada expresión se conjuga de tal manera que al terminar un poema queda la impresión de caer víctima de un poderoso fármaco. Baudelaire en ello se parece más a un poeta místico persa como Rumi, Saadi o Hafez. París fue su musa preferida. El autor amaba y odiaba la nueva Lutecia con un delirio febril. ‘Pinturas parisinas’, es una declaración de amor y de extrañamiento, ante una ciudad que cambiaba “más rápido que el corazón de un mortal”. Napoleón III había emprendido la fáustica empresa de transformar París, destruyendo el viejo casco medieval para construir la urbe que conocemos hoy. Baudelaire asistió estremecido a esta metamorfosis digna de los delirios de un faraón megalomaniaco. Más allá de un propósito estético había una voluntad política. Como bien señala Marshall Berman, las reformas urbanas de Napoleón III tenían como propósito el control de las revueltas populares. El emperador encargó al prefecto del Sena Georges-Eugène Haussmann demoler el centro medieval, con sus callejuelas estrechas y edificios húmedos, urbanizando de paso el oeste de la ciudad, que transformó en barrios residenciales. Napoleón y Haussmann imaginaron los nuevos bulevares como las arterias de un nuevo sistema circulatorio urbano, con corredores anchos y largos por los que las tropas y la artillería podrían desplazarse efectivamente contra las futuras barricadas e insurrecciones populares. En esos años la antigua Lutecia se convertía en la ‘ciudad luz’: el gobierno emprendía una acelerada campaña para iluminar París con cientos de miles de lámparas de gas que reemplazaron los obsoletos pebeteros de aceite. Fueron los barrios más acomodados los que se vieron de repente iluminados, no así las zonas en las que se movía Baudelaire. En su poesía París es una ciudad de luz, pero también de sombras. ‘Pinturas parisinas’ es considerada una crítica pionera de esas fuerzas de la modernidad que transformaron nuestras ciudades.
La analogía o la correspondencia del pasado y del presente se produce por la destrucción: Troya, en el pasado; el casco medieval de París en el presente. Una urbe puede desaparecer, desvanecerse pero, también, en nombre del progreso, transformarse y cambiar. Walter Benjamin dice que el París de Baudelaire no es un retrato, sino una profecía, porque la ciudad de sus poemas solo existió del todo después de su muerte. El poeta contempla la transformación en nombre de fuerzas anónimas, impersonales, de las que surge una realidad que no es otra cosa que un barniz de civilización sobre un océano de barbarie. Hay una sensación de extrañamiento y de apabullante anonimidad en la nueva París. Baudelaire critica la pulida y artificiosa perfección de esa ciudad que surge de los escombros, en la que se marginan los antihéroes tan queridos por el poeta: los hombres pendencieros y atrabiliarios, las prostitutas, los mendigos, el protoproletariado y los consumidores de paraísos artificiales. Estos personajes, que alguna vez él alabó como el espinazo de la urbe son frecuentemente exaltados en sus poemas. Para Baudelaire, la ciudad habia sido transformada en una aglomeración de barrios burgueses que reflejan la identidad de los nuevos amos del Segundo Imperio, cambiando el rostro y la estructura urbana de una ciudad que ahora le resultaba ajena. Irónicamente, la mirada de Baudelaire es al mismo tiempo moderna y crítica de las fuerzas del desarrollo, del progreso.
De muchas formas, Baudelaire es un precursor de eso que conocemos como crítica posmoderna. La modernidad que en pleno siglo XXI ya suena a arcaísmo era, en tiempos de Baudelaire, una novedad. Por todas partes se palpaban y alababan sus síntomas. Pero para Baudelaire la modernidad parisina arrojaba más luces que sombras. La poesía de Baudelaire se adelanta a la teoría posmoderna al elevar una voz crítica ante los desgarros producidos por la voluntad fáustica de destrucción creativa. Baudelaire es moderno más por repulsión que por devoción. Aborrecía lo nuevo que el capitalismo ponía en abundancia en torno suyo, pero usaba un ritmo maquinal inédito y se movía en aquellas novedades para poder ejercer su oficio de crítico y escritor. La diferencia entre Baudelaire y la generación precedente es su pérdida de fé en los artificios de la vida moderna y un sentido trágico de que sus beneficios no serían iguales para todos.
Baudelaire enseña a mirar, a observar el espectáculo de la vida moderna urbana en las caminatas y peregrinaciones por la ciudad. El poeta invita a aguzar los sentidos para captar lo eterno que habita en cada cosa efímera; a producir belleza a partir del sórdido mundo que le rodea. En sus devaneos por la ciudad el poeta anda al asalto de la belleza donde los demás no la ven, o la penalizan, o la persiguen, o la destierran. Hay en su poesía una concepción dionisiaca y crepuscular de la belleza donde lo bello de lo cotidiano da paso a lo sublime y lo eteno. La modernidad y actualidad de Baudelaire pasa por esa mirada que observa la vida y los flujos de la ciudad. En ese sentido Baudelaire es el arquetipo del flâneur, el paseante urbano de mirada afilada, concertada con los otros sentidos. El autor ya había hecho gala de ella en su carácter de crítico de arte, con un agudo olfato musical, si se nos permite tal sinestesia. Pero no es en las galerías sino en la calle donde Baudelaire el dandy, el aristócrata estético e intelectual, se convierte en Charles el flâneur. En Baudelaire la calle, el espacio público ya surge como protagonista. Si en Balzac los personajes se mueven en los interiores de la vieja ciudad medieval -en sus novelas no se escucha el sonido de la calle-; en Baudelaire, por el contrario la ciudad ya se ha transformado y la calle, el jardín y la acera parisinos se convierte en el lugar para ver y ser visto. La calle ha dejado de ser el espacio de la confrontación y de la revolución; la nueva París está diseñada para el hedonismo, la interacción y la contemplación estética del flâneur. Por efecto de las reformas urbanas del barón Haussmann, en el curso de una generación el sombrío París de Balzac, donde las calles son territorio de miedo, da paso al París de Baudelaire, donde los recién creados bulevares están llenos de vida, de mercancías y de flâneurs. Los dandis ya existían en la época de Balzac, pero no existía el flâneur. Para que haga irrupción se necesitan calles donde mirar y ser visto. Si la mirada callejera del espectador urbano es lo que distingue a este arquetipo social y literario, esta no puede existir en un entorno en el que la calle es territorio de revuelta y miedo.
El flâneur surge de las reformas de Haussmann. Él es movimiento, agitación de multitudes, velocidad, caos, rasgos aparentes de una sociedad que se transforma a marchas forzadas. Recorre unas calles que ya no producen espanto, sino goce contemplativo. El vagabundeo sin rumbo por las calles de París, bajo la mirada escrutadora y cargada de significado del sujeto sensible es propia de la generación de Baudelaire. Si el flâneur es, como afirmaba Walter Benjamin, “la figura emblemática de la experiencia urbana y moderna”, este hace su irrupción con la demolición de la ciudad medieval y el surgimiento de la París moderna que, para bien o para mal, debemos a la hybris, a la desmesura modernizadora de Napoleón III. Las figuras del Dandy y del flâneur convergen en Baudelaire. En él, el Dandy da un gran salto y se convierte en flâneur; ya no se trata sólo de hacer de sí mismo ‘la mayor de las obras de arte’; ahora se trata mostrar la desmesura de su genio paseante, mirón, curioso. El flâneur vaga por las calles, recorre la ciudad, la mira, la hace suya en soledad. Es el artista que no puede vivir sin la metrópolis y la multitud que detesta. El flâneur las necesita para afirmar y ostentar su superioridad estética e intelectual. La ciudad que exige ser vista y exaltada como experiencia estética ya existe en 1857. De ella bebe la poesía baudeleriana y, como señala Berman, “cinco generaciones de pintores, escritores y fotógrafos modernos, comenzando por los impresionistas en la década de 1860, se nutrirían de la vida y de la energía que fluían por los bulevares”.
Resumen de Las Flores del Mal, Baudelaire
Comenzamos este resumen de Las Flores del Mal hablando de la primera edición que data del año 1857, sin embargo, la edición definitiva pertenece al año 1868 ya que la primera vez que vio la luz, fueron censurados al menos seis poemas por ultraje a la moral pública. Esta última versión, incluye 151 poemas que marcaron todo un modelo a seguir para las generaciones siguientes, no solo por el contenido sino también por la forma, que plantea novedades. El poemario parte de las principales ideas románticas como la búsqueda de la belleza ideal, la afirmación del yo y la libertad, la huida de la realidad mezquina, la rebeldía, el malditismo y el gusto por todo lo morboso. Sin embargo, parece que consigue sobrepasar todas estas ideas tratando todos esos temas “prohibidos” de forma mucho más libre. Es el libro más novedoso del siglo XIX por varias razones: inaugura la estética de las “correspondencias” que da pie al movimiento del Simbolismo y consigue llegar de forma influyente hasta finales del siglo XX pasando por el movimiento Surrealista. La colección de poemas está dividida en seis secciones, aunque cada poema en sí tiene un valor y significado por sí mismo. El primer poema, que sirve como introducción, está dedicado al lector y es el que abre las diferentes secciones: “Spleen e Ideal”, “Cuadros Parisinos”, “El vino”, “Las flores del mal”, “Rebelión” y por último “La muerte”. El libro, en conjunto, es un camino de búsqueda por la belleza y los ideales que termina en las zonas más profundas y sombrías del espíritu humano, como la perversión, el dolor, el desarraigo o la autodestrucción.Cuando Baudelaire, el poeta de la raza maldita, muere el 31 de agosto de 1867 a los 46 años, en una clínica de París, tras una larga agonía, la “enfermedad francesa” ya había carcomido su cuerpo.
En sus últimos meses recurría a cápsulas de éter para combatir el asma y al opio para los cólicos. Su mala suerte trajo consigo una mala muerte. Pocas semanas después su propiedad intelectual fue vendida en una subasta por algunos miles de francos. Fue enterrado en el panteón familiar en el cementerio de Montparnasse, donde hoy se le puede visitar a pocos metros de la tumba de Sartre y Porfirio Díaz. Para entonces, sus poemas ya habían germinado algunas de las mentes más brillantes de Francia. Parnasianos, simbolistas, decandentistas y surrealistas se declararon retoños de sus flores malditas. Sabía que estaba llamado a la gloria, y que esta le llegaría de forma póstuma. “Me lo rechazan todo, el espíritu de invención e incluso el conocimiento de la lengua francesa. Me río de esos imbéciles y sé que este volumen, con sus calidades y sus defectos, encontrará un lugar en la memoria del público letrado, al lado de las mejores poesías de Victor Hugo, Théophile Gautier e incluso Byron”, escribió a su madre en julio de 1857 a pocas semanas de publicar Las flores del mal. En La Folie Baudelaire (Anagrama), Roberto Calasso afirma: “Para quien está rodeado y atormentado por la desolación y el agotamiento es difícil encontrar algo mejor que una página de Baudelaire”. Su poesía es seda empapada en sangre, belleza fatal, alquimia de lo bello y lo siniestro, equilibrio entre los cielos y los infiernos, escritos por un hombre que se elevó sobre la vida y entendió sin esfuerzo “el lenguaje de las flores y de las cosas mudas”. En Las flores del mal Baudelaire logró describir todas las experiencias humanas, las sublimes y las abismales; las sagradas y las profanas; las gozosas y las dolorosas. La suya es pura poesía en claroscuro. Pocos poetas como este que vio la belleza en la decadencia y que logró captar el aroma dulzón de las flores marchitas a la luz de las velas negras.
La obra está dividida en 6 secciones. A continuación, para poder hacer este análisis de Las Flores del Mal, vamos a descubrirte qué nos encontramos en cada una de las secciones: La primera es la más larga de todas y si la analizamos encontramos que presenta diversas formas de evasión atraídas siempre por el ideal de belleza, de arte, de amor…una doble postulación de la conciencia del poeta entre las dualidades, para concluir en el “Tedio” , en “la conciencia del mal”. La segunda parte la conforman 18 poemas donde el poeta contempla la ciudad de París y a sus habitantes, sean de la condición que sean, se acerca a los bajos fondos de la ciudad. Baudelaire habla del principal problema de la condición humana: el Mal. En la tercera sección, aparecen cinco poemas que contemplan el intento de huida a los paraísos artificiales, y su fracaso. La cuarta sección, que da título al libro, se vuelve a introducir en las inmensidades del mal y sus diferentes manifestaciones. Por ejemplo: el demonio, la perversión o la violencia. De esta forma, pretende extraer la poesía de estas maldades como recurso a su hastío. La penúltima y quinta sección está formada por tres poemas donde el autor opta por la negación, la blasfemia y por Satanás. Por último, en la sección sexta titulada “La muerte”, el poeta aspira al reposo y el descanso, con la esperanza de encontrar una salida. Se invita a él mismo a la muerte, al viaje final.
Fue en el diario “Le Figaro” cuando, unas semanas después a la publicación del libro, vieron la luz dos artículos difamatorios sobre la obra de Charles Baudelaire. Estos, llamaron la atención de la justicia imperial quien ordenó el decomiso sobre la obra y citó al autor ante el juez. El 20 de agosto Baudelaire compareció ante la justicia por delito de ofensa contra la moral pública y fue condenado a la multa de trescientos francos y la supresión de seis de los poemas de la obra bajo la justificación siguiente: “las piezas incriminadas, debido a su realismo grosero y ofensivo, conducían necesariamente a la excitación de los sentidos”. Los poemas censurados fueron: “Las joyas”, “Lesbos”, “El leteo”, “A la que es demasiado alegre”, “Mujeres condenadas” y “La metamorfosis del vampiro”. Consciente de lo que significaba este escándalo público, Baudelaire elaboró una estrategia de ardua defensa. Reivindicó contra todos aquellos que le juzgaron la postura provocante del genio incomprendido. El autor insistió en los argumentos de la autonomía del arte, desvió a su favor, una circunstancia desafortunada. Reconstruyó el discurso que iba en su contra como un discurso favorable, él sabía que a través del lenguaje podía lograr esa circunstancia. Ser rechazado tanto por su familia como por su país, llevó a Baudelaire a la consagración mediante el escándalo. La incomprensión de diferentes públicos, que no valoraban la profundidad del espíritu de Charles Baudelaire, le llevó directo a la confirmación de la superioridad como artista y en el valor artístico de su obra. Digamos que lo que le empujó hacia adelante, fue el honor del rechazo hacia todos aquellos pensamientos que él tenía y nadie entendía ni supieron ver.
Hasta aquí hemos llegado con este ensayo de literatura dedicado a conmemorar el 150º Aniversario de la muerte del poeta simbolista francés del siglo XIX Charles Baudelaire (1821-67). Evento que sucedió en el año 2017 y por cuyo motivo incluimos en un Anuario 2017 el resumen y análisis de su mejor y más celebrada obra poética: el libro de poemas titulado “Las flores del mal”. Publicado diez años antes de su fallecimiento en 1857. A continuación, ofrecemos a nuestros potenciales lectores el ensayo de literatura dedicado a conmemorar el 150º Aniversario de la muerte del genial poeta simbolista francés. Ambos trabajos conforman un auténtico díptico ensayístico de carácter biográfico-literario que hará las delicias tanto de nuestros potenciales lectores como de los muchos admiradores de la excelente obra poética del poeta francés. Considerado por la crítica literaria universal como el máximo representante de la corriente literaria del simbolismo en Francia; movimiento poético desarrollado durante la segunda mitad del siglo XIX.
