En el cine Renoir Floridablanca de Barcelona llevan un tiempo seduciendo a su clientela con una interesante propuesta artística. Aprovechando la amplitud de su vestíbulo de entrada, los encargados de la sala invitan a jóvenes artistas a dar a conocer su obra en las paredes del local. La reciente muestra de fotografías urbanas de Eduardo Barbero es una de las más hermosas y sugerentes que se han visto en la ciudad desde la exposición dedicada a Robert Frank en el Macba. Por un módico precio pueden llevarse una copia a casa. Su poética es de las que elevan la moral de quienes las contemplan.
La realidad es la más ambigua de las ficciones. Cada instante es memoria, una memoria corrompida por el inmisericorde paso del tiempo. Cuando el fotógrafo abre el obturador de su cámara y fija un momento de su realidad también está inmortalizándose un poco. Cada foto es un huir constante del tiempo, rompiendo su monótono andar barrándole las fronteras del marco de papel. El material de trabajo del artista es, recuérdese, la historia.
Cuando Edu Barrero pinta con el movimiento de su mano y los colores del neón de la ciudad huye asimismo de sí mismo, del Edu Barbero de los retratos en b/n que buscaba la sonrisa de los quehaceres diarios del mundo amigo. Quizás los suficientes partos de la vida (enemiga a veces) le dieron la paleta que su alma precisaba pintar en la inmen-sidad de la noche como en una pizarra real. Este mundo que hoy nos ofrece no es la Barcelona que nos acuna, es la ciudad que arrasa el tiempo consigo mismo en su verti-ginoso devenir. Hasta el alba, que nos devuelve a los días mostrando lo que es como es, robándonos el derecho a soñar nuestra vida como quisiéramos para hoy. Dijeron que la poesía era un arma cargada de futuro. La de Eduardo es, desde luego, imperecedera. Como los sueños que, acabado el tiempo, nunca se hicieron realidad.
Escrito por: Iván Sánchez
