Entrevista a Iury LechIury Lech es un artista multidisciplinar que ha cultivado casi todos los campos del arte: fotografía, pintura, poesía y música. Con un aventajado y afiladísimo pensamiento crítico, Lech ha escrito diversos artículos ensayísticos donde pone a caldo la sociedad decadente que tan bien imperamos. Así lo pone de manifiesto en su último trabajo discográfico, “Instorments” , un alegato contra la guerra y la imposición totalitaria de sistemas globalizadores. Aunque ¿no resulta injusto no culpabilizar además al consenso civil que ha consentido estos hechos de manera implícita?.
“Todos somos el todo, “ellos” tan sólo hace referencia a un carcinoma del mismo organismo. Mi obra no reside sin embargo en culpar a un determinado sector social, sino en destrozar la dinámica que impide discernir la verdadera naturaleza del mal, que no es más que ese pretendido Bien del que tanto hablan”. Temas como “Del desastre a la revolución” -que trata del pueblo palestino y del grito de guerra de las sociedades humilladas- y “Mas torres caerán” no han pasado la censura de EEUU, lo cual confirma que aún queda mucho por demoler.En el mundo occidental, “felicidad” significa uniformidad y conformismo. La globalización es a la par acomodaticia e invisiblemente represora. La idolatración o los héroes populares parece una sublimación del neoconservadurismo, y su culto satisface de modo inmediato inútiles sugerencias humanas creadas ex profeso para su consumo. Por el contrario ¡no será que la ignorancia nos libra de todo mal porque no vemos aquello que nos enturbia la conciencia?.

“La felicidad nos representa un atributo acumulativo, y tampoco existe ninguna obligación de ser inteligentes ni éticamente responsables, si acaso todo ello no va acompañado de un auténtico deseo de borrar toda huella de una sociedad ya despojada de sentido y comenzar a fundar otra desde la nada”. Gianni Vattimo advertía que el entretenimiento cultural adormece el compromiso civil, que vuelve livianos los deberes de la moral, que el placer acaba justificando todo sacrificio, que la solidaridad es un invento falaz de una democracia cada vez más egoísta, que se rige por bienestares abstractos y que tan sólo beneficia a grupos sociales minúsculos… perpetuando así así alrededor la riqueza de los estamentos de poder y de responsabilidad pública. En contrapartida, los mass-media favorecen supuestamente la libertad de comunicación pero en cambio hiperbolizan la información, lo que supone un claro abuso absolutista y un alejamiento más radical de la verdad. Entre tanta especialización de castas y élites, ¿se está volviendo el mundo cada vez más pequeño?, ¿o nosotros más imbéciles?. La liberación de las ataduras con el sacrificio ha relajado todo intento de interferencia con las señales del poder, lo que ha permitido que la cultura de masas haya ampliado descomunalmente el concepto de lo banal y de lo efímero. La creciente estupidez de la sociedad ¿tendrá cura, en definitiva?. El virus de la estulticia corre parejo al de la ignorancia. En todo caso, antes habremos de curarnos de la idea de que podemos ser infectados. Esta hipócrita utilización de los popes postizos ya la sufrió el propio Lech en sus carnes hace unos años en una edición del Sonar, actuando tan solo para 15 personas cuando el minimalista Terry Riley acaparó toda la atención de los medios. ¿Se puede vivir como artista al margen del público y el mainstream?. Esa pregunta quizá se la debería trasladar a los organizadores del sonar para que le expliquen qué se siente al perder 15 espectadores a favor de Iury Lech. El artista debe ser siempre anónimo al poder de la vanidad si quiere crear algo más que polvo de estrellas. Sería mucho menos incómodo ser un inconformista, desde luego, pero ¿a costa de qué y de quién?.

Quizá huyendo de lo corriente, Iury Lech es un artista que toca tantos frentes. Al apoyarse en otros formatos como la imagen y la palabra escrita ¿pone en evidencia que la música sea un arte lo suficientemente válido como para darle sentido a las cosas?. Ni la función del arte es “expresarse” ni existe medio alguno para transmitir la perplejidad ante el devenir del mundo. La música establece un corredor con lo invisible a través de la amplitud y longitud de sus ondas, la imagen es un catalizador de las emociones soterradas y la palabra acaba por asentar todo lo dicho de manera convencional para arrancar las vendas que ocultan el miedo a lo no experimentado. No obstante, Lech no deja de ser un culo inquieto. La existencia es una travesía que nos lleva a querer encontrar el punto de fuga de nuestras obsesiones planteándonos interrogantes. Se tiene que ir en búsqueda de ese espacio que nos pertenece, de ese objetivo que hemos creído conveniente para nuestra revolución interior, quizá con la incertidumbre de que en realidad nos libere de sentirnos atados a una inexplicable monotonía. Pero en el fondo tal vez se reduzca simplemente a que provengo de una familia de exiliados. Al respecto, desde hace años tiene programado grabar un disco experimental con piezas tradicionales del folklore ucraniano, para reconstruir así sus orígenes sin quitarle el ojo a la modernidad.
Sus siguientes proyectos, sin embargo, no casan tanto con el pasado. Soy un ferviente practicante de la sonoplastia, que consiste en despojar el sonido de su cualidad estática por mediación de la actividad lumínica. Me gusta potenciar el factor de impacto entre opuestos. Indagando en su lenguaje musical en busca de contradicciones, Lech no depara sorpresas en cuanto a influencias: A decir verdad, en este aspecto creo absolutamente en la providencia del azar, hay que estar siempre abierto a recibir señales acústicas que nos movilicen sin ejercer oposición. Es arriesgado recomendar algo por que se corre el riesgo de implantar “memes” ilusorios en la consciencia ajena, pero como toda generación tiene su música debo decir que en su momento mi formación conecto con la de Brian Eno, Jon Hasell, John Cage o el propio Riley, aunque ahora escucho a Metamatics, PanSonic, Nacht Plank y Encre. Y en literatura, otra vuelta de tuerca: Cada autor tiene su lector (y viceversa), pero sugiero a Maurice Blanchot -comenzando por “Thomas el oscuro”-, “Los cantos de Maldoror”, de Lautréamont, o “Las hélices del hipocampo”, segunda parte de mi trilogía “Diuturno inmolado”. La cultura, dicen, no ocupa lugar, pero lo mismo desguaza como parchea mentes y almas. Subscribamos siempre este esfuerzo, por el bien de todos.
Escrito por: Iván Sánchez.
