Diario de Juan Garrulo

Querido Diario:

Hoy me he despertado a las 9:00H a.m., me he preparado el desayuno y he desayunado un bowl de corn flakes con frutos secos acompañado de una infusión de té verde. Mientras tomaba mi desayuno he estado viendo los informativos y los resúmenes deportivos sobre los partidos de fútbol de primera división que se disputaron ayer domingo. Al acabar he limpiado los platos y la cubertería utilizada y me he vestido para salir a la calle. Eso sería sobre las 10:15H a.m. Me dirigía al bar de Manolo que está justo en la esquina de la calle donde yo vivo. ¿Qué iba a hacer si no?. Ya llevo muchos meses seguidos en el paro cobrando el subsidio de desempleo. Mis otras dos opciones eran: o bien continuar en el salón comedor viendo la tele todo el resto del día o bien encerrarme en mi habitación dormitorio para matarme a pajas.

Así que entré en el bar de Manolo y allí dentro ya me estaba esperando uno de mis colegas: el Rafa. Que estaba acabando su desayuno en una de las mesas antes de llegar al final de la sala comedor que está presidida en su pared de fondo por un enorme televisor de marca Sony de 60 pulgadas. Ideal para ver los partidos de fútbol en compañía de mis colegas del bar. El Rafa siempre desayuna por sistema en el bar de Manolo y siempre pide lo más clásico: un café con leche y una pasta de bollería. Justo en ese preciso momento en que le saludé, se estaba acabando su tarta de manzana que era la pasta que había pedido esta vez. Me senté en su mesa, le pedí a Manolo un café americano como primera consumición del día y empezamos a charlar de temas cotidianos sin importancia mientras esperábamos al resto de nuestros colegas.

El primero en aparecer fue el Sebas. A partir de ese momento, como ya era previsible, solo hablamos de un único tema: el puto fútbol. Decir del Sebas que es un fanático del Barça es casi como no decir nada. Apoya a todos los equipos y formaciones de todos los deportes en los que el Barça está federado: desde el equipo de fútbol de la Primera División hasta el de petanca y el de canicas si los hubiera. Está con el Messi que no caga y que a nadie se le ocurra llevarle la contraria.

Suerte que a las 11:10H a.m. vino el Pedro y esto nos salvó de la paliza de tener que aguantar más discusiones interminables sobre el resultado de los partidos del pasado fin de semana, los árbitros y su puta madre. El Pedro es un gran entusiasta de los juegos de mesa y nada más llegar siempre propone (e impone) que juguemos a una partida de alguno de los que tiene Manolo guardados para la ocasión en un pequeño armarito que está justo detrás de la barra del bar. En este caso pedimos un juego de cartas de baraja española y empezamos a jugar varias partidas de los juegos que nos sabemos. Lo cual fue todo un descanso de todas esas fastidiosas discusiones del fútbol. Cuando eran las 12:00H del mediodía en punto aparece otro de nuestros colegas: el Luis que casi siempre viene sobre esta hora porque no es para nada muy madrugador. El Luis es un cachondo mental. Cada vez que entra una tía en el bar se la queda mirando de arriba abajo. Les hace un peculiar recorrido con la mirada que primero empieza por la nuca, luego sigue por el cuello, después por la espalda y el culo y así hasta acabar en las piernas y los talones. Mas que mirar a las tías parece que les esté haciendo un Scanner. Por este motivo el resto de los colegas le pusimos como apodo el Scannetti. Suerte que hasta ese momento aún no había entrado ninguna tía en el bar. Así que el Luis no tuvo ningún inconveniente en sumarse a nosotros para continuar con las partidas de cartas y puedo decir que la jornada estaba trascurriendo bastante bien.

A las 13:15 entró en el bar Enrique que, en esta ocasión, llegaba inusualmente tarde. Pero se justificó de inmediato. Resulta que había asistido a cuatro entrevistas de trabajo y, con gran alegría, nos anunció que ya le habían cogido en la cuarta y última. Todos le felicitamos y le invitamos a su consumición. Diez minutos más tarde se levantó y se fue directo a la máquina expendedora de tabaco, metió unas monedas y recogió su paquete de Marlboro que es su marca de cigarrillos favorita. Entonces fue cuando salimos todo el grupo fuera delante de la puerta de entrada del bar para fumar siguiendo las normativas municipales. Que manda cojones que cada vez que quieres echarte un pitillo tengas que salir fuera del local, pero esto es lo que hay. 

Cuando apenas llevábamos cinco minutos fumando pasó delante de nosotros un grupito de tres chicas jóvenes despampanantes y allí mismo, como siempre, se armó la podrida. Vestías unos pantalones Pantys muy ajustados de esos que desde hace unos pocos años están tan de moda. Así que empezamos con los típicos piropos algo machistas:

– ¡Que buenas que estáis tías!
– ¡Joder: que patas!
– ¡Ahí va: que culo tenéis!
– ¡Macizas!, !Buenorras!

Y, por último, fue el turno del Luis que, al ser el más salido de todo el grupo, va y le soltó:

– ¡Tenéis un polvo que no lo quita ni el Centella! Las tías en cuestión no se dieron por aludidas, continuaron caminando como si nada hasta alejarse del bar y ni tan siquiera nos miraron. No me cuesta mucho trabajo el adivinar que esas tres tías, al igual que las anteriores, ya no volverán a pasar nunca más en su vida por delante del bar de Manolo. Nosotros, mientras tanto, ya callamos y conseguimos que nuestros ojos desorbitados volvieran otra vez al interior de sus cuencas. Continuamos fumando fuera unos diez minutos más y volvimos al interior del bar a nuestra mesa. 

Cuando se hicieron las 14:15H la mayoría de nuestro grupo decidió quedarse a comer el menú del día en el salón comedor del bar. Todos nos quedamos menos el Enrique que alegó una causa muy justificada diciendo: – Como ya sabéis a mi parienta no le gusta que me quede a comer en el bar. Y todavía menos cuando tengo que comunicarle el resultado de mis entrevistas de trabajo de esta mañana. Ya sé que la compañía es muy grata, pero, sintiéndolo en el alma, tengo que deciros que: ¡me las piro, vampiro!.Todos lo comprendimos de inmediato y nos despedimos del Enrique de buen rollo. Acto seguido elegimos una mesa que estaba situada justo enfrente del enorme televisor del salón comedor, pedimos la carta del menú y la camarera ayudante del bar nos tomó nota de los dos platos, las bebidas y los postres seleccionados. Justo en el momento en que la camarera nos sirvió el primer plato estaba empezando en el Primer canal de la tele el programa de sociedad de 

Corazón de Verano. Esto dio pie a que, mientras nos comíamos el primero, nos despachásemos a gusto expresando los típicos comentarios envidiosos de siempre:

– ¡Ya están otra vez hablando en la tele de esa mierda de famosillos gilipollas!
– Yo no sé qué les ven a toda esa gente, total: no han hecho nunca nada.
– Sin dar un palo al agua en su vida son más conocidos que cualquiera de nosotros.
– ¡Que asco de gentuza! Si no son más que unos chulos, putas y maricones.
– ¡Tienes más razón que un santo! Pero eso no les impide vivir muy bien del cuento.
– Todo esto es porque nosotros no nos lo hemos sabido montar tan bien como ellos.

Suerte que a las 15:00H, justo cuando nos servían el segundo plato, empezó el Telediario de la tarde que lo presentaba An Blanco. ¿He dicho “suerte” ?. Creo que me he precipitado un poco porque, como todo el mundo sabe, después del sumario de las noticias de ese día, el Telediario empieza con el bloque informativo de las noticias de la política nacional. Y esto dió pié a una segunda ronda de comentarios malhumorados sobre los políticos y sus políticas. Pero reconozco que a la peña se le calentó la boca y nos pasamos cuarenta pueblos:

– ¡Los políticos siempre están igual! ¡Toda esta mierda no se acabará nunca!
– Por segunda vez hoy vuelves a tener más razón que un santo.
– Los políticos son todos unos mentirosos, unos ladrones y unos hijos de puta.
– ¡Estoy de acuerdo! Pero la gente es gilipollas porque aun así los sigue votando. – Alguien dijo que lo mejor es votar por las putas. Al menos lo harán mejor que sus hijos.
– ¡Ojalá que reventasen de una vez toda esa mierda de políticos!

En ese momento todos los clientes de las otras mesas del salón comedor cortaron sus conversaciones y nos estaban mirando fijamente en plan descarado. Habíamos dado la nota y la tensión del ambiente era tan alta que incluso el señor Manolo, como jefe del bar, se sintió obligado a intervenir y nos llamó la atención:- ¡Eh, vosotros!. Si vais a seguir hablando de política ya estáis saliendo de mi bar y no volváis hasta que los señores clientes acaben de comer.Callamos al instante y nos sentimos muy avergonzados por el bochornoso numerito que acabábamos de montar en el comedor. Apenas dijimos palabra durante el resto de la comida y, al menos, el resto de los clientes dejaron de mirarnos. Habíamos pedido cada uno primeros y segundos platos diferentes pero a la hora del postre coincidimos todos de forma unánime. Pedimos la tarta de limón que, por cierto, estaba de puta madre.Para acabar de calmar los ánimos nos dirigimos a la barra y allí fue donde pedimos los cafés, las copas y los farias. Que, como es natural, nos los fumamos después a la salida del bar tal como exigen las normas. Por suerte ya no volvimos a hablar mas de política y no volvimos a entrar al interior del bar hasta que el resto de los clientes se hubieron marchado. Una vez dentro se nos hicieron las 16:30H de la tarde. Tomamos una ronda de cañas de cerveza de barril y hablamos de cosas de poca importancia y, por supuesto, nada comprometidas. Justo cuando el reloj de pared del bar marcaba las 17:00H p.m. en punto entró Ahmed el moro. Por suerte solo vino a por tabaco. Se fue directo a la máquina expendedora de cigarrillos, introdujo unas monedas por la ranura y recogió su paquete de Camel, que es su marca favorita. Se despidió de nosotros saludando lo justo y se largó. Al jefe del bar no le gusta Ahmed el moro y no disimuló su expresión de alivio cuando se fue. Y puede que tenga razón porque, como todo el barrio sabe, Ahmed trapichea con marihuana y, en ocasiones, también revende teléfonos móviles robados. La cosa no debería haber pasado de ahí, pero, por desgracia, justo a la salida de Ahmed a la peña se le volvió a calentar la boca por segunda vez y mis colegas dieron rienda suelta a sus comentarios racistas. Comentarios que ahora voy a transcribir, pero sin sentirme muy orgulloso por ello:

– ¡Todo lo que saben hacer los moro mierdas es vender drogas, poner bombas y atropellar a la gente con un camión!
– ¡Lástima que nuestros políticos no tengan cojones! Si los tuvieran deberían echarlos al mar a patadas en el culo.
– ¡Pues anda que a los sudacas también déjalos ir! Lo único que sirven es para emborracharse y armar broncas.
– ¡Ahora lo has dicho! Yo los he visto caminar borrachos por el barrio. Iban haciendo unas eses que van de la acera hasta las paredes. Se ponen de espaldas a los bloques dando la impresión que gracias ellos los edificios no se caen.
– ¡Eso no es nada! Yo los he visto salir de sus antros borrachos como cubas y ponerse a mear detrás de los coches.
– Todo eso no les impide acaparar para ellos y su mierda de familias las mejores prestaciones y servicios sociales.

El señor Manolo nos estaba mirando de reojo poniendo cara de póquer. En ese momento estaba detrás de la barra secando y ordenando unos vasos y copas de vino pero no nos dijo nada porque todos los demás clientes ya se habían ido y, al menos, solo estábamos nosotros en el interior del bar. Para relajar el ambiente y cortar las discusiones propuse al grupo que jugáramos unas partidas de dominó. Cosa que, por suerte, todos aceptaron de inmediato. Pedimos a Manolo la caja de las fichas, seleccionamos una mesa y nos pusimos a jugar al dominó sin hablar mas de política. A las 17:45H p.m volvió a entrar al bar el Enrique que otra vez se disculpó con nosotros por su retraso.

– Lo siento mucho, pero mi parienta me ha entretenido después de la comida. Le ha entrado la paranoia y la he tenido que acompañar al centro cívico del barrio para ir a inscribirla en una nueva actividad de ese centro. Se ha apuntado a un Club de Lectura de novela contemporánea.
– ¿Y cómo ha ocurrido eso?, le preguntó el Luis. A lo que Enrique contestó:
– Le cogió esa paranoia porque los nuevos directivos y administrativos del centro le comieron el coco. Este personal nuevo lleva un plan muy gilipollas. Van de intelectuales y artistas, pero están todos piraos. El caso es que a mi mujer y a dos amigas suyas les han lavado el tarro para que se apuntaran a esa mierda de actividad del centro.
– ¡Míralo por el lado bueno! -dijo el Rafa. Cuantas más tonterías se apunte menos te controlará cuando vengas al bar.
– En eso tienes toda la razón, Rafa. Pero no sé a qué viene ahora tanta cultura. Fijaos en mi amigo Pepe, el del taller de coches del barrio. No acabó ni la Primaria y lleva toda su vida trabajando desde los catorze años. Nunca se ha puesto enfermo ni ha estado en el paro. Y puedo decir que ni siquiera sabe hacer la “O” con un canuto.
– Anda, Enrique. ¡Déjalo ya!, intervino el Luis. Y vente a jugar con nosotros unas partidas de dominó que ya hemos tenido todos bastante charla esta tarde.

El Enrique hizo caso a Luis y se sentó en nuestra mesa donde continuamos jugando al dominó mientras iban volviendo a entrar al bar, algunos de sus clientes habituales de las tardes. Por desgracia, cuando eran las 18:30H p.m. entró en el bar la señora Maruja y sus dos inseparables amigas de su edad y volvimos a armar de nuevo otro cristo. La señora Maruja y sus dos amigas son tres vecinas del mismo bloque de pisos de esta manzana del barrio y siempre van juntas. Por lo que les pusimos el apodo de “las tres marías”. El caso es que cuando nuestro grupo coincide con ellas en el bar de Manolo siempre iniciamos una de esas discusiones entre hombres y mujeres. En esta ocasión fue el Luis el que las provocó iniciando la discusión con ellas diciendo:
– ¡Las mujeres siempre estáis igual! Siempre estáis viendo todos esos programas de reality shows, concursos y series de telebasura. Y eso cuando no os da por ver ese rollo de culebrones sudacas que son tan melodramáticos y no se acaban nunca. A lo que la señora Maruja replicó: – ¡Los hombres también siempre estáis igual! Lo único que tenéis en la cabeza es el sexo, el fútbol y la cerveza. Y, además, van en este orden. Ya os he visto cuando entra en este bar alguna chica jovencita. Os la quedáis mirando con la boca abierta y con los ojos abiertos como platos. ¡Parecéis perros babosos! -! ¡Las tías tenéis la culpa de todo esto! Nosotros siempre tenemos que sacrificarnos por vosotras y os lo tenemos que dar todo. Las mujeres, en cambio, lo único que tenéis que hacer es enseñarnos las tetas y con eso lo conseguís todo de nosotros. – Eso es porque los tíos sois más débiles y tontos. Recordad que ya lo dice el refrán: “Tiran más dos tetas que dos carretas”.
Mientras aún continuaba esta discusión estaban entrando más clientes en el bar y el señor Manolo se estaba poniendo histérico. Nos taladró a todos con una mirada asesina que te helaba la sangre y tod@s comprendimos que teníamos que volver a callarnos para no liarla de nuevo. Así que las tres marías salieron del bar y nosotros continuamos con nuestras partidas de dominó, pedimos dos rondas más de cervezas de barril y, al final, nos marchamos a las 20:30H p.m. Dos horas antes del cierre del bar de Manolo.

Ahora mismo acabo de escribir todas estas experiencias y conversaciones de este lunes laborable como mis colegas en el bar de Manolo. La verdad es que no sabría explicar muy bien porque hago todo esto y todavía menos saber si tiene algún sentido. Suelo transcribir todas estas notas sobre la jornada a mi diario personal antes de ponerme a preparar mi cena porque después de cenar me da mucha pereza. Aparte de eso no veo ninguna otra razón. Tal vez hago honor a mi desafortunado apellido de Garrulo.Me pregunto a quién podría importarle. Nadie más leerá mi diario personal a menos que yo se lo permita. Y aunque se me ocurriera lo locura de hacerlo público ninguna revista mensual importante y ningún periódico de tirada nacional se dignaría a publicarlo. Los comentarios expresados en mi diario jamás serían objeto de debate en ningún congreso de intelectuales o de científicos. Tan solo tienen un valor testimonial y personal. Estas vivencias ocurren a diario y a cualquier hora del día en los bares de todos los barrios de mi ciudad o de cualquier otra ciudad del Área Metropolitana. Y los comentarios expresados aquí serían del todo ignorados por personas mucho más inteligentes, más importantes y con cargos más relevantes que cualquiera de nosotros. E incluso aunque llegaran a sus delicados oídos seguro que pondrían cara de acabar de pisar una caca de perro y seguirían a lo suyo como si nada fingiendo no oírlos y mirando hacia otro lado.

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