¡ANTES MUERTOS QUE IGNORADOS!

Un fantasma recorre España: el fantasma de la prensa rosa y la telebasura. En todas partes dominan la banalidad y las conversaciones triviales. No se habla de otra cosa que de los famosos y famosillos de turno. La mayoría de las veces ni se sabe la causa de su fama ni qué derecho tienen a ella. Eso a casi nadie le importa. Lo único que cuenta es que ahora son famosos. Resulta frustrante pensar en esto. Es un túnel sin salida aparente. 

Al principio sentía una inmensa hostilidad contra este fenómeno social y mediático. Maldecía en secreto a la masa de “borregos” que se dejan llevar al redil por culpa de la televisión y otros medios “informativos”. Más tarde conseguí moderar mi propia postura. Al reflexionar con más calma sobre este tema llegué a la conclusión que tampoco debe extrañar tanto que pasen estas cosas.

Si damos un vistazo al mundo del trabajo, por ejemplo, vemos muchas exigencias a cambio de pocas gratificaciones. Para desarrollar cualquier puesto medianamente decente te exigen gran cantidad de requisitos. Como el saber varios idiomas (sobre todo el inglés), conocer tres o más programas de informática, 300 pulsaciones por minuto, buena presencia, don de gentes, etc. Si consigues sortear el filtro de las cartas con currículum y pasar la entrevista con el jefe de personal te encuentras solo al principio de la odisea. Luego tienes que demostrar cada día tus habilidades y valores aportados. Y tras enseñar tu pericia en planchar huevos y freír corbatas viene la gran decepción. Acabas descubriendo lo increíblemente bajos que pueden llegar a ser los salarios y lo cortos que pueden llegar a ser los contratos laborales.

No resulta sorprendente, pues, que haya tanta gente soñando con dar cuatro pelotazos y vivir del cuento el resto de sus vidas. Como es natural, en esta lucha muchos son los llamados y pocos los elegidos. El culto a los famosos se basa en que la gente sublima en ellos sus aspiraciones más profundas: ser conocido y no pegar ni sello. Tal mentalidad conlleva consecuencias sociales devastadoras y causa estragos en la mente de los más jóvenes. Vemos a diario como a unos don nadie los han convertido en semidioses gracias a un concurso o una promoción musical. En esas circunstancias resulta muy difícil inculcar valores como el trabajo, la educación, el esfuerzo individual y la cultura. Imaginad, por ejemplo, cómo le sienta a un músico que se ha pasado siete años de su vida ensayando con el violín o el piano al ver triunfar una anodina canción de moda. Siendo la causa el tener un pariente con el cargo apropiado o llevar el oportuno carnet del partido en la boca. O qué ilusión tendrá una chica estudiante que, tras cinco años de carrera más dos de doctorado, ve en algún programa de la televisión a otra chica que ha triunfado sin ni tan siquiera acabar el Eso. Y cuyo único talento consiste en enseñar con total desparpajo sus tetas de silicona en público. ¿Qué papel juegan aquí la educación y los valores?

Cargado de todas estas razones decidí tomar cartas en el asunto. Hace un mes y medio publiqué un libro titulado “Manual del aspirante a famoso.” En su primera parte explica todos los trucos y técnicas para hacer prosperar una solicitud y superar con éxito un casting. En la segunda expone los métodos para mantener el éxito una vez conseguido. Esta obra ha sido calificada de polémica y hasta de subversiva. Sobre todo a causa del tercer capítulo de la segunda parte donde cuento un peculiar sistema para llamar la atención y asegurarse audiencia. Una vez dentro del plató con los otros invitados, aconsejo al lector que se suba inopinadamente a la mesa en medio de la estupefacción general del público. Esto causará sorpresa pero lo aceptarán por su espontaneidad. A continuación el sujeto debe mearse encima de la cabeza del presentador/a del programa. Si te dejan pasar esta ocurrencia ya tienes asegurada la fama.

Durante semanas estuve pegado a mi televisor para ver si alguno de mis lectores ponía en práctica mi sabio consejo. Con profunda decepción comprobé que nadie lo intentó siquiera. Más tarde averigüé que el motivo era la imprudencia por parte de ellos. No se les ocurrió nada mejor que llevar el libro al casting donde debían realizar la prueba. Este era detectado por el recepcionista o por las cámaras ocultas en la sala de espera. Como ya estaban avisados de su contenido, a ninguno de los portadores de
mi obra le dejaban pasar la prueba. Con lo cual mi polémica idea jamás fue puesta en práctica. 

Tengo la secreta esperanza que ahora mis avisados lectores tomen mayores precauciones y escondan el libro. Aún albergo grandes expectativas de ver el resultado de mis consejos. Pero mientras ese día aún no llega seguiré escribiendo y publicando artículos de este estilo, aunque quienes los lean sean pocos y quienes estén de acuerdo con el contenido de los mismos todavía sean menos.

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