Hace algunos años, ahora no recuerdo cuántos, fui invitado a asistir a un ciclo de conferencias organizado en tono a un Congreso de Teología. Se celebró en un enorme y conocido edificio de Barcelona habilitado para acoger y desarrollar esta clase de eventos. Primero nos hicieron guardar cola en un largo pasillo y luego nos dejaron entrar a una enorme, espaciosa y moderna Sala de Actos que resultó muy concurrida. Tras la Presentación del acto los ponentes iniciaron la primera conferencia de este ciclo titulada: “Los orígenes del pecado original”. La ponencia transcurrió acompañada de un gran despliegue hermenéutico, una profunda erudición y un amplio soporte bibliográfico. Estuvo apoyada de una generosa profusión de citas bíblicas, filosóficas y metafísicas.
A pesar de ello no me gustaron las conclusiones finales a las que llegaron los conferenciantes por lo que no tuve más remedio que intervenir cuando se inició el turno de preguntas y respuestas abierto al público. Así que me concedieron la palabra afirmé: “Si tal como afirma la Biblia Dios es el inventor del pecado original, entonces Dios es el más original de los pecados”. Tal aseveración produjo un enorme impacto en el público asistente a la Sala de Actos a la par que una mal disimulada indignación entre los miembros del grupo de conferenciantes.

Estos últimos, de hecho, casi me querían expulsar de la sala y no permitirme asistir al resto de las conferencias programadas para este Congreso de Teología. A duras penas consiguieron calmarse los ánimos pero el resto de las intervenciones del acto se vio enrarecido a partir de mi intervención. No hablaré más de este asunto pero continuamos con el inevitable tema de la religión.
Desde que me jubilé hace unos años, ahora no quiero recordar cuántos, dedico la mayor parte del tiempo libre que me ofrecen estos plateados años de mi senectud a asistir a conferencias, tertulias y toda clase de eventos públicos donde se habla de los temas más variados que me interesan. La religión no escasea dentro de estos actos públicos a los que asisto con irreprochable regularidad. Cuando se inicia el turno de intervenciones abierto al público asistente siempre suele haber algún espectador que se embala con altas especulaciones de carácter metafísico y altos vuelos místicos. Yo primero dejo que acabe su exposición y después lo interpelo diciéndole: “Perdone usted caballero. Si usted el que acaba de intervenir. ¿Verdad que hoy ha conseguido llegar vivo a su casa?. Pues confórmese con eso. Todo lo demás son meras especulaciones y posibilidades remotas que ni usted ni yo estamos en condiciones de comprobar”.
La contundencia de mis intervenciones en los debates ha hecho que mis compañeros habituales de tertulia me hayan rebautizado con el previsible sobrenombre del Pere Punyetes. Motivo por el cual desde hace algunos años, ahora no recuerdo cuantos, firmo mis artículos y pequeños ensayos con este inevitable pseudónimo. A mi siempre me ha hecho mucha gracia toda esa trillada historia del Salvador. Porque seamos sinceros y no vacilemos en preguntarnos: “¿Salvador de que?”. Consideremos con la máxima objetividad los sucesos de Galilea acaecidos durante el primer tercio del siglo primero de nuestra era. Si de verdad vino para salvarnos y redimirnos de todos nuestros pecados entonces debemos hacernos algunas preguntas inevitables. Por ejemplo:

– ¿Cuántas guerras se han evitado desde el momento de su crucifixión y supuesta resurrección?
– ¿Cuántos casos de esclavitud y de explotación del hombre por el hombre se han evitado desde entonces?
– ¿Cuántas atrocidades, crímenes de guerra y genocidios en masa se han conseguido evitar desde entonces?
– ¿Cuántas contagios, enfermedades y hambrunas se han evitado desde entonces? epidemias,
La respuesta a todas estas preguntas, amigos míos, tal vez se encuentren flotando en el viento. Y luego esta el tema del Demonio, el otro gran fantoche de toda esta historia. En esta polémica materia yo soy de la misma opinión que el filósofo francés de la Ilustración Voltaire. Este pensador afirmaba que el Diablo es en realidad un optimista porque se empeña en empeorar al ser humano. Esta aseveración queda confirmada de sobras si damos un amplio vistazo a la Historia con mayúsculas y nos preguntamos con ella lo siguiente:

– ¿Fue el Diablo o fueron los seres humanos los que han hecho todas las guerras con su inevitable tributo de muerte, sufrimiento y destrucción?.
– ¿Fue el Diablo o fue el Hombre el responsable de todas las matanzas, genocidios y exterminios en masa?
– ¿Fue el Diablo o fueron los científicos humanos los que inventaron la bomba atómica, la bomba de hidrógeno, las armas químicas y las bacteriológicas?. Armas de destrucción masiva que si algún día llegasen a usarlas a fondo provocarían la destrucción de la humanidad sin necesidad de ninguna intervención sobrenatural.
– ¿Fue el Diablo o fueron los humanos los que han practicado la tortura tanto física como psicológica?
– ¿Fue el Diablo o la humanidad quien ha extinguido numerosas especies animales, ha contaminado el aire, el agua y la naturaleza entera y que, además, también ha tenido tiempo de llenar el espacio exterior con toda clase de satélites inutilizados, maquinaria y herramientas extraviadas y demás basura espacial?.

Como acabamos de ver, en cuestión de maldades, el Hombre se desenvuelve muy bien el solo sin tener que necesitar la ayuda de ningún ser sobrenatural externo. Entonces cabe preguntarse: ¿para que sirve el Diablo?. Si de verdad existe un ser así ahora mismo debe estar en una oscura habitación del supuesto Infierno muy aburrido y frustrado viendo como los malvados humanos le roban todo el protagonismo y le impiden ejercer su propio trabajo. Las respuestas a estas preguntas, amigos míos, tal vez se encuentren se produjo el genocidio del pueblo de Camboya a manos del dictador totalitario Pol Pot y sus partidarios los jemeres rojos?.

– ¿Dónde estaba ese supuesto Dios cuando, durante la década de los 90, se desarrollaron las operaciones de limpieza étnica en las guerras de la ex Yugoslavia y el genocidio a machetazo limpio en Ruanda?. Vale que no pudo parar las bombas atómicas pero… ¡unos toscos machetes!.
Las respuestas a todas estas preguntas, amigos míos, tal vez se encuentren flotando en el viento. Yo no las encuentro. Este es el motivo por el que desde hace algunos años, ahora no recuerdo cuantos, considero que el hecho de mantener la creencia en ese supuesto Dios constituye el mayor y más original de todos los pecados.
Por Pere Bases.
