En tu fiesta me colé

“Si tienes que elegir entre la verdad y la leyenda, publica la leyenda”. La frase es de John Ford, pero Michael Winterbottom la parafrasea en “24 hour party people” por boca de su protagonista, un estupendo Peter Cogan. Porque la película es, ante todo, un falso documental con mucho de ficción y mucho de documento, plagado de anécdotas y guiños para el popero nostálgico. Quienes esperan al Winterbottom narrativo de “El perdón” o “Wonderland” se encontrarán esta vez con un trabajo a medio camino entre “Welcome to Sarajevo” y los programas de la Thames TV que el propio director montaba en sus inicios oficiosos. De hecho, “24hour…” da comienzo como si de un espacio televisivo se tratara, presentado por quien va a ser el guía de la historia: Tony Wilson.

Este individuo, un pretencioso periodista megalomaníaco y prepotente -la presencia de un Dios a semejanza del narrador ya describe la egolatría del personaje-, habla desde su punto de vista de la movida musical de Manchester en los ´80 y, sobre todo, del ascenso y caída de su propio imperio discográfico, Factory Records. Si Wilson era la gallina, los huevos fueron Joy Division, New Order, Durruti Column o Happy Mondays; las referencias son obligadas para entender la transformación de una sociedad hastiada en los ´70 -cuyo paroxismo catártico fue reivindicado por grupos como los Sex Pistols- hasta llegar a la decadencia de la cultura de club de los ´90. Ése es, sin embargo, un pequeño lastre para el seguimiento de la película puesto que si ya de por sí resulta estilísticamente algo caótico -se combinan las estéticas del videoclip, del reportaje televisivo, del montaje estilo nouvelle vague, etc-, el cúmulo tan disperso de nombres. fechas y títulos de discos puede suponer un hándicap para el espectador que desconoce a los retratados. Pero el hecho de que los contenidos sean tratados en ocasiones algo superficialmente se debe al enfoque subjetivo del film: el propio Wilson advierte de ello en el inicio dew “24 hour…”, ya que será el acompañante literal de la historia.

El otro acierto de Winterbottom es el de escoger momentos muy concretos de ese período para concluir en el problema social surgido en Manchester a raíz del pelotazo del acid house, convirtiendo el paraíso para el hedonismo y la libertad en un infierno por el tráfico de drogas. El director se recrea convenientemente en dos grupos para reflejar el pensamiento cultural de cada época: Joy División como puente entre el existencialismo anarco-punk y la frialdad musical de los primeros ´80 y Happy Mondays como su antítesis, a mediados de esa década. Uno de los mejores mejores dones de Winterbottom es, en este aspecto, la dirección de actores, fresca y espontánea, muy en consonancia con una cámara invisible que está allí para rodar un documental y no particularmente una película de ficción.

Para aproximar al espectador a la historia, la caracterización de los apelados (destacando las de los hermanos Ryder Y de Martin Hannett) es tan grotesca como fiel a las leyendas, pero exageradas por ese sentido del humor tan surrealista de los ingleses -como se muestra en la escena de las palomas o en la discusión que Wilson mantiene con su mujer sobre la valoración de sus adulterios-. Otra de las dianas de Wimterbottom para amenizar su lección de historia es la elección de Robby Muller para la fotografía, conocido por su medida influencia en otros trabajos de Wenders, Jarsmucsh o Von Trier. Y aunque la labor del guionista Frank >cottrell Boyce para sintetizar más de quince años en menos de dos horas es más que loable, se nota que “24 hour…” es un curro de equipo en el que todo el mundo disfrutó tanto en el rodaje como el espectador en el cine. Salir a la calle con una sonrisa de oreja a oreja ocurre rara vez y sólo cuando el artista es capaz de contagiar su vitalidad. Y como se aprecia en su título, “24 hour party people” es eso, una fiesta multitudinaria.


Por Iván Sánchez.

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