La supuesta “objetividad” de la Historia

Aunque a estas alturas resulte del todo increíble, todavía es posible encontrar historiadores, arqueólogos y estudiosos de épocas pasadas en general que aún creen en la presunta “objetividad” de la Historia (con mayúsculas). Muy probablemente ignoren estos ufanos señores que desde hace bastante tiempo han existido determinadas filosofías críticas contemporáneas que se han encargado de refutar esta sobrevalorada presunción intelectual.

Pero ellos siguen en sus trece como si nada. Llevamos ya varias décadas seguidas en las que asistimos, en calidad de espectadores atónitos, a la deconstrucción de determinados conceptos y áreas de estudio que en el pasado se tenían por objetivos y veraces en términos absolutos. No han conseguido pasar el filtro de una crítica filosófica demoledora materias tales como la religión, la ciencia, la historia, la creación literaria y artística y hasta la misma filosofía a partir de la cual se han atacado todas estas materias mencionadas en su supuesta pretensión de objetividad y veracidad.

La mayoría de los historiadores modernos continúan sosteniendo su falsa creencia en la presunta objetividad de la “Historia”. No parecen darse cuenta de que su arrogante presunción resulta hoy en día del todo ridícula e insostenible a la luz de los hechos. Lo único que saben hacer estos caballeros es revolver manuscritos y crónicas antiguas y documentos polvorientos de un pasado muerto que no despierten el interés de casi nadie. Simulan ignorar que tanto el punto de vista personal como las ideologías políticas y las creencias religiosas que suscriben tales señores también influyen a la hora de valorar y enjuiciar “objetivamente” el período histórico estudiado y/o el encumbrado personaje biografiado. Sin olvidarnos tampoco de los condicionantes socioculturales del momento y de las tendencias literarias y filosóficas que se encuentran de moda. Siempre me he preguntado cómo pueden estar tan seguros de sus materias de estudio cuando, en realidad, se trata de períodos históricos en los que ellos ni tan siquiera habían nacido. Y cómo pueden hablar con tanta propiedad sobre personajes biografiados a los que no llegaron a conocer en persona ni compartieron experiencias directas sobre los hechos así relatados por ellos. A veces he llegado a pensar que algunos de estos ufanos historiadores ni tan siquiera pueden estar seguros de quién fue su padre.

Desde que me jubilé en el año 2001 hasta ahora dedico mi amplio espacio de tiempo libre a llevar una vida cultural proactiva y a disfrutar de un ocio que yo considero, desde mi punto de vista personal, como productivo y/o creativo. Al menos en el sentido de que solo me ocupo de mi propia formación y realización personal. Rehuyendo el puro y simple “matar el rato” con (presuntas) “diversiones” pasajeras y vanos entretenimientos tan estúpidos como inútiles. Una de mis actividades culturales favoritas consiste en visitar los museos de mi ciudad y asistir a todas las inauguraciones artísticas y acudir a todas las exposiciones de pintura vigentes en ese momento.

A tal efecto acudí personalmente hace un tiempo a una galería de arte de Barcelona para ver una exposición individual de pintura contemporánea fruto de un pintor extranjero de un cierto renombre. Se trataba de una muestra de cuadros de pintura moderna-abstracta que iban a ser retirados a la semana siguiente; con lo cual tuve la suerte de poder verla y disfrutarla a tiempo. Menciono esta pequeña anécdota personal a título de ejemplo ya que mi propósito es tratar de demostrar mis argumentos expuestos en mis dos primeros párrafos de este ensayo sobre la presunta “objetividad” de la Historia.El caso es que entré en susodicha galería de arte abriendo y cruzando la moderna puerta de entrada de ese local; toda de acero y de grueso cristal.

Saludé con cortesía al recepcionista de la galería que se hallaba sentado en su mesa de la entrada mientras hojeaba unos documentos administrativos. Primero observé la disposición de la sala de exposiciones que era rectangular y recordaba a una caja de zapatos vista desde dentro. Las paredes estaban muy bien iluminadas y eran de un color blanco satinado para así resaltar la vistosidad de los cuadros allí expuestos. Tras la mesa de recepción la exposición de esa galería de arte estaba distribuida de la siguiente manera: en la pared situada a mi izquierda se hallaban la mayoría de los cuadros exhibidos que eran de un tamaño mediano. En la pared del fondo se exponían tres cuadros del mismo pintor de tamaño grande. Mientras que en la pared ubicada a mi derecha mientras caminaba al fondo de la sala no había cuadros sino una serie de plafones que contenían fotos del pintor y su obra artística y recortes de prensa diaria donde se destacaban otras exposiciones e inauguraciones de otras galerías y muestras de su original arte. También contenían recortes de revistas de arte especializadas donde este artista contemporáneo había obtenido muy buenas críticas. Todo ello tenía un propósito claramente didáctico e informativo.

El caso es que yo seguí caminando hacia la pared del fondo mientras contemplaba los cuadros que, tal como he dicho en el párrafo anterior, se encontraban a mi izquierda. Cuando llegué frente a la pared del fondo me detuve un para de minutos para contemplar las tres obras grandes allí expuestas. Luego giré sobre mis talones y me dispuse a observar y leer las informaciones de los paneles que estaban en la otra pared lateral. Cuando de repente caí en la cuenta de un hecho extraordinario. Al menos para mi.Los mismos cuadros que antes los tenía a mi izquierda ahora estaban situados a mi derecha. Sin embargo, susodichos cuadros … ¡No se habían movido de sitio!. Lo mismo pasaba con los paneles explicativos sobre el pintor y su obra. Ahora los tenía a mi derecha. No obstante … ¡Nadie los había cambiado de lugar!.Seguí caminado hasta acabar de ver y leer los plafones explicativos, me despedí con una sonrisa del recepcionista de la galería de arte y me dirigí a la puerta de salida. Y cuál no sería mi sorpresa al constatar que la que ahora era la puerta de salida antes lo había sido de entrada. Pero la puerta seguía siendo exactamente la misma aunque ahora tenía otra función. Ni que decir tiene que lo mas curioso de todo era que … ¡Nadie la había desplazado de donde estaba!. ¿Cómo podía ser todo aquello?

Lo que pretendo demostrar con el fragmento anterior es mi línea argumental. Según mis propios movimientos y la dirección en que me desplazaba yo no podía ni siquiera estar seguro de que los cuadros que estaba viendo estaban a mi izquierda o mi derecha. Como tampoco del hecho de que la misma puerta de acceso de la galería de arte que había visitado aquella tarde fuese la puerta de entrada o de salida. Contrastando estos hechos irrefutables y evidentes, entonces … ¿Cómo pueden estar tan seguros los historiadores sobre la supuesta “objetividad” de la Historia? Máxime teniendo en cuenta que, en la mayoría de los casos, ellos ni tan siquiera habían nacido y, por lo tanto, tampoco tenían una experiencia directa y veraz sobre los hechos que estan describiendo en sus obras o en sus conferencias y clases universitarias.

Dos días más tarde de visitar la comentada galería de arte y de hacerme todas estas reflexiones sobre la presunta “objetividad” de la historia acudí, precisamente, a una conferencia sobre un tema de historia contemporánea. Tal vez para contrastar o modificar mis tesis anteriores con un ejemplo directo y concreto. Esta ponencia histórica la daban en una moderna sala de conferencias que gozaba de todas las comodidades y equipamientos técnicos. El tema específico de este evento público era una disertación sobre la figura histórica de Napoleón Bonaparte (1769-1821). La daba un catedrático de la Facultad de Geografía e Historia de la Universidad de Barcelona (U.B). Varios de sus propios alumnos y colegas de la misma facultad figuraban entre el público asistente.El catedrático en cuestión expuso su propia visión de Napoleón I hablando sobre él en términos muy elogiosos comparándolo con las otras dos grandes figuras históricas: Alejandro Magno y Julio César. Destacó sobre todo sus brillantes campañas militares y las leyes que trató de promover durante el ejercicio de su mandato; especialmente elogió el Código napoleónico.

No se abstuvo tampoco de exponer un brillante esbozo biográfico en que, como es lógico, se centró en su vida pública. Describiendo de forma pormenorizada sus cinco años del Consulado, tras llevar a cabo con éxito el famoso golpe de Estado del 18 de Brumario del año 1799. Período en que, según el catedrático, Napoleón logró corregir todos los abusos y errores producidos tras el estallido de la Revolución francesa (1789) y su consecuente Régimen del terror (1793).A continuación se explayó en el período del Imperio napoleónico. Desde su coronación como Emperador de Francia en 1804 hasta su derrota definitiva en la batalla de Waterloo (1814) por parte del Duque de Wellington. Toda una brillante y aparatosa exposición de hechos históricos en principio muy bien documentados.

Tras finalizar su conferencia sobre Napoleón Bonaparte, de inmediato se abrió un turno de preguntas y respuestas abierto a la participación del público asistente. Tal como los sagaces lectores de esta revista cultural ya habrán, sin duda, adivinado el humilde servidor que ahora mismo está escribiendo este pequeño ensayo fue el primero en levantar la mano e intervenir en el primer turno del debate. Debo reconocer que no me corté ni un pelo y que, acorde a mi estilo personal, fui directo al grano. Así hablé durante mi turno de palabra diciendo lo siguiente:

“¿Cómo puede estar tan seguro de todo lo que acaba de explicar? Usted ni tan siquiera había nacido durante la época en que vivió Napoleón Bonaparte. Por lo tanto, no pudo tener ninguna experiencia directa sobre los hechos que acaba de describir con tanto lujo de detalles. Además, ¿Con que autoridad puede ofrecernos todos esos datos históricos de memoria? ¿Acaso recuerda lo que ha tomado esta misma mañana para desayunar?”

Tengo ciertas dificultades a la hora de describir lo que sucedió a continuación, aunque lo voy a intentar. La primera reacción del flamante catedrático fue la de ponerse blanco como el papel de fumar. Reconozco que mi contundente intervención le cogió por completo de sorpresa. Justo después se puso rojo como un tomate de ira, se levantó de forma brusca, apartó de forma violenta su silla y descendió desde su tarima hacia la platea de la sala de conferencias en dirección hacia mi. No con demasiado buenas intenciones pues, al parecer, pretendía pegarme por toda respuesta a mi inoportuna pregunta.Se trató, como es evidente, de una reacción violenta y pueril muy impropia de un reputado catedrático y, desde luego, nada “objetiva” hablando en términos históricos. Me persiguió por la sala hasta que logré escaparme por una puerta de salida lateral del recinto dejando estupefactos al resto del público asistente a esta “histórica” (nunca mejor dicho) conferencia sobre Napoleón Bonaparte.Días mas tarde me enteré que este curioso incidente había tenido una relativa repercusión social y mediática. Así como también una cierta difusión en algunos ambientes universitarios y círculos académicos relacionados con estos temas. Motivo por el cual no gozo de las simpatías del gremio de los historiadores y profesores de esta materia.

Debo reconocer que todo fue por culpa mía. Yo siempre estoy bombardeando y liándola parda allá por donde voy. Se trata de mi naturaleza polémica e incisiva que me ha valido el jocoso mote de “Pere Punyetes”. Algunos incluso me llaman a mis espaldas el “Pere Palizas”. Normalmente no suelo prestar atención a estas merecidas críticas. Por lo menos no hasta el momento en que logro provocar algún incidente público como el que acabo de relatar en este pequeño ensayo sobe temas históricos. Claro que, por otro lado, alguien tiene que plantarle cara a toda esa gente tan ufana y tan soberbia. Así como también tiene que haber alguien que desmitifique la Historia (sobre todo la que se escribe con mayúsculas) y que trate, en la medida de lo posible, de desenmascarar su presunta “objetividad”.


Del libro: Cronicas de un autodidacta inconformista.
Autor: Pere Basses. Edita: Creatius SE7. Barcelona.
Primera edición: Agosto 2022.

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