Existió durante incierto tiempo, un cierto tipo, de siglas apodado D.H.M., al que todos recordaban como el Suicida. Era conocido como el suicida de la calle de los gastos.
La gente lo consideraba como un chico normal, un chico muy normal, salvo que no tenía trabajo, salvo que no tenía dinero, salvo que no tenía familia, salvo que no tenía amigos. No tenía casa, ni coche, ni nada material. Pero lo más grave de ello es que no tenía, esperanza, fe e ilusión por vivir, ni la había tenido nunca, ya que D.H.M. vivía con un corazón de plástico desde que siendo feto sus padres sufrieron un fatal accidente, donde perecieron a los pocos minutos, sin llegar nunca a conocerlos ni a echarlos en falta, siquiera.
Siendo recién nacido por cesárea le practicaron una larga y dura intervención de a vida o muerte para salvarle la vida, y le dieron una nueva vida, siendo de plástico el corazón. Un corazón de esos que funcionan no se sabe cómo ni porqué, y hasta no se sabe cuándo.
D.H.M. vivía desde siempre en la calle, su hogar de toda la vida desde que la casa de sus padres fue robada primero e incendiada después por una peligrosa bandade delincuentes de su mismo barrio, gente que creía que eran sus amigos, y en la calle compartía su hogar con un grupo de gatos abandonados y su lecho y comida con todos ellos compartían, noche tras noche, día tras día, tanto en invierno com en verano. Esos eran sus amigos, esos eran sus hermanos. Las noches de frío se tapaba con viejas mantas que encontraba amontonadas en containers y grandes cajas de basura las más sucias de la ciudad al ser el suyo, un barrio industrial.
D.H.M. nunca tuvo la suerte de conocer valores como el amor de una madre y de la familia o la amistad de los chicos de su edad, nunca fue a la escuela, nunca se formó, nunca tuvo ocupaciones, nunca se divirtió. D.H.M. solo conoció la cara más oscura de la vida. Lo que realmente le preocupaba era su corazón de plástico y en él centraba toda su atención. El suicida del barranco, D.H.M., para aquellos que tuvimos la desgracia de conocerle, era una persona normal, era inteligente, era muy espabilado y tenía un gran corazón, aunque eso sí, de plástico.
Una larga noche de insomnio y previniendo la situación, antes de que su plástico quedara obstruido totalmente por la sangre proviniendo de las distintas partes de su frágil cuerpo y que con ello le provocara un paro cardíaco gratuito con el resultado esperado de una muerte segura e inmediata. El suicida de la calle de los gatos, contando con apenas quince años decidió hallar una rápida solución y acabar con su vida, sus males y su pesar.
Arrojarse de cabeza por un inmenso barranco el decidió, un inmenso barranco de las afueras de la ciudad, muy cerca de su lecho y de su hogar, la calle de los gatos, donde yacían toda clase de basuras y porquerías, muebles, periódicos, cristales rotos, ruedas desinfladas jeringuillas usadas, profilácticos, desechos de animal.
Se tiró.
Él se tiró, y mientras su cuerpo caía, aún tuvo tiempo de comprender que tal vez de nada le serviría arrepentirse.
Del libro de Poesía: La luna y el mar. Autor: Oriol Mestres Camps.
