Discúlpenos, señor, por no llamarle Alteza. Quienes firmamos esta Carta-Manifiesto todavía conservamos el dudoso privilegio de considerarnos republicanos. Ya sabemos
que hoy en día esto no significa nada. Pero a veces necesitamos clarificar nuestras ideas frente a la mayoría silenciosa que carece en absoluto de ideas.
Son malos tiempos para la crítica. Y para todo aquello que requiera un particular trabajo y esfuerzo intelectual frente a la agresión de los mass media y la total indiferencia de quienes se dejan llevar por ellos.
Hace tiempo que renunciamos a la peregrina ilusión de cambiar el mundo con nuestros escritos, actitudes y opiniones. Ya sabemos de sobra la inutilidad de ello. Nadie nos hace caso y ni siquiera nos queda la añorada satisfacción de sentirnos vigilados y perseguidos por el orden vigente. Este envidiable privilegio aún lo llegaron a disfrutar nuestros hermanos mayores. Quienes todavía podían exhibir sus heridas y cicatrices como consecuencia de la brutalidad policial. A nosotros ya ni nos queda el derecho a soñar con eso. Bastante trabajo tenemos con el hecho de intentar rasgar el tupido velo de la indiferencia general.

Vivimos en la era del Pensamiento único y el triunfo de la mediocridad absoluta. ¡Qué tiempos aquellos!. En los que uno todavía podía sentir el escozor de las pelotas
de goma a sus espaldas. Esta y otras lindezas por el estilo te hacían sentir alguien importante: eras tan molesto que al menos te tenían en cuenta. Ahora a nadie le importa lo que piensen unas minorías de tipos raros como nosotros. Aún así seguiremos molestando porque no tenemos casi nada mejor que hacer. Muchos desearían que ni siquiera existiéramos. Eso aún nos queda. De poco o nada sirve elaborar manifiestos programáticos que nadie leerá. Ni protestar pública y ruidosamente mientras esperamos la tan anhelada carga policial. Uno de
nosotros tuvimos la genial idea de descolgarse desde un monumento o edificio público. Y de hacerlo en pelota picada asegurándose así una cierta atención por parte de la audiencia. Pero la verdad es que no pasaremos de, a lo sumo, dos telediarios; con lo cual acabamos desistiendo. Pero seguimos activos, aún teniendo todo en contra.

Si tuviésemos la osadía de revelar nuestro perfil la definición más exacta sería que pertenecemos a todo lo que no encaja en la sociedad actual. A partir de ahí todo lo demás son divagaciones. No podemos expresar nuestras trasnochadas ideas sin despertar una sonrisa que está a medio camino entre el cinismo y la condescendencia. Por eso no daremos a nuestros enemigos esta mezquina satisfacción. Quienes no nos aguantan tienen a su favor la innegable ventaja de ser la mayoría. Pero el hecho de ser muchos no les garantiza la posesión de la verdad y la decencia. Lo único que une a esta masa amorfa de seres que parecen no pensar ni sentir es el factor de constituirse en multitud. Poco importa el que no vayan a ninguna parte ni sepan lo que quieren. Solo cuenta el ir juntos y sentir que forman parte de la aldea global.
De buena gana, señor, abandonaremos nuestros irrenunciables principios republicanos y (supuestamente revolucionarios) a cambio de que la gente nos prestara un poco más de atención y nos tuviera en cuenta. Hasta la crítica más feroz y las burlas más hirientes serían bienvenidas, más que el agua de mayo. Pero nada de todo esto sucederá, aunque lo lleguemos a invocar con la fuerza de la locura. Por lo antedicho discúlpenos, señor, por no llamarle Alteza. Puesto que pese a todo aún conservamos el dudoso privilegio de ser republicanos y defender ideas (presuntamente) revolucionarias que hoy en día nada significan y de las que nadie hace ni puñetero caso.
