La primera norma del Club de los cangrejos estirones es que no se puede hablar de la existencia del Club de los Cangrejos estirones. El resto de las normas se derivan de la primera. Esto dificulta la localización del club y la de sus miembros. Así como el delimitar su área de influencia. Resulta un lugar común la tópica afirmación de que el primer defecto nacional es la envidia. El segundo defecto es más impreciso pero podría definirse como una mezcla alquímica de ignorancia y arrogancia. El español medio manifiesta su ignorancia en cualquier tema que no sea el fútbol y el cotilleo de sociedad. Y su arrogancia le impide aceptar esta realidad.

Centremos la atención en el título escogido. Tiene su origen en un curioso chiste protagonizado por un pescador de cangrejos que pasea por la playa tras su labor de pesca. Caminando sobre la arena con dos cubos repletos de cangrejos se encuentra con un conocido. Este, extrañado, le pregunta porqué uno de los dos cubos de plástico está descubierto y el otro no. A lo cual le responde que el cubo tapado es por precaución ya que se trata de cangrejos coreanos. El cubo que sin tapa es porque los cangrejos son españoles. Sin acabar de salir de su asombro el interlocutor formula una segunda pregunta sobre la diferencia entre ambos grupos. La explicación es obvia, responde el pescador. Del cubo de cangrejos coreanos surge siempre un grupo que se unen entre ellos entrelazándose a modo de escalera. El resto de animales trepa por la improvisada escalera y acaba ayudando a todos sus compañeros a salir del cubo para ponerse a salvo.

En el cubo de los cangrejos españoles ocurre justo lo contrario. Cuando un cangrejo individualista tiene la iniciativa de escapar y trepa hacia el borde del cubo el resto de cangrejos le estiran de las patas traseras con sus pinzas. Así nadie consigue salir del cubo. Lo que hace innecesario cubrir el recipiente con la tapa. Este chiste ejemplifica el vicio nacional de ponernos la trabanqueta unos a otros para que nadie destaque. Si alguien lo intenta, el resto se unen para impedirlo. Este tipismo nacional provoca que el resto de Europa conozca a nuestro país con el oficioso nombre del Club de los Cangrejos Estirones. Naturalmente que a los aludidos no les gusta que les llamen así. Por ello existe la norma de que quienes pertenecen a ese club tienen prohibido hablar de su existencia. Pero esta norma disciplinaria no consigue ocultar la realidad. Bien lo saben todos los que han intentado destacar o hacer algo diferente a la mayoría. Al instante se han visto convertidos en el enemigo público número uno. Los detractores sociales y los derribadores de proyectos aparecen sin ser llamados igual que hongos tras una copiosa lluvia.
Todos ellos se limitan a criticar sin aportar nada a cambio. Lo único que les preocupa es que alguien destaque y, de paso, les ponga en evidencia por lo que son: unas nulidades humanas conformistas y acomodaticias en su estable mediocridad. Tal pecado no suele ser perdonado con facilidad. Esto les impulsa a comportarse como un auténtico ejército de cangrejos estirones. Para dejarlos atrás ni siquiera es necesario dar el primer paso: basta con levantar el pié. La segunda norma del club de los cangrejos estirones consiste en unirse para ir en contra de cualquiera que haga algo para mejorar su situación. Resultan terriblemente eficaces en esa tarea si consiguen llevarte a su propio terreno. Su máxima satisfacción nunca consiste en hacer triunfar sus propios proyectos sino en hacer fracasar los de los demás. Lograr estos mezquinos triunfos les compensa hasta de no llegar a final de mes. Son tan miserables de espíritu como enormemente ricos en estolidez humana. A veces logran sus fines.

Observando con atención vemos que tampoco son tan peligrosos como aparentan. Afortunadamente para los que no pertenecen al club casi toda la fuerza se les va por la boca. Quienes somos blancos potenciales de sus iras siempre nos asalta el mismo temor: ¿qué pasaría si un grupo de ellos se organizara y representase un peligro real y efectivo?. Afrontemos esta cuestión. El grupo que se organizara con eficacia y lograra llevar a cabo sus acciones acabaría cayendo en su propia trampa. Su éxito levantaría el recelo y la envidia del resto de grupos de cangrejos estirones. Estos, a su vez, se unirían para torpedear la labor de sus exitosos compañeros, los cuales pasarían a ser su principal enemigo olvidando el motivo inicial que les une a todos. En breve espacio de tiempo el peligroso equipo se pondría a la defensiva para protegerse de sus envidiosos y detractores compañeros de viaje. Con lo que dejarían de ser un peligro al mermar su eficacia. Al estabilizarse la situación volvemos al punto de partida. Lo mejor es permanecer fuera y lejos del cubo.

La primera norma de todos los que no formamos parte del Club de los Cangrejos Estirones consiste en no escuchar ni seguir lo que digan los que pertenecen al Club de los Cangrejos Estirones. Neutralicemos el efecto de sus negativas actitudes con el desprecio que merecen. Dejemos que se estiren las patas entre ellos. Al final solo les quedará la opción apuntada en una afortunada frase de uno de los más ilustres políticos. Dejemos que se consuman de rencor y que lloren su amargo resentimiento en las esquinas.
